Mi mejor amigo me abandonó en un concierto de Inspector en el Frontón México. De repente me encontré rodeada de gente que coreaba canciones desconocidas, niños en los hombros de padres jóvenes, cerveza, luces y un calor poco común en la ciudad.
No llegué ahí por error ni por engaños, pero me encontraba a la deriva entre mujeres que saltaban y hombres que poco a poco dejaban al descubierto su torso sin importarles la talla o la exposición. Esa fue mi dulce bienvenida al ritual Apolíneo más cercano a Dioniso en el que me he encontrado.
Quienes han leído El nacimiento de la tragedia de Nietzsche comprenderán a qué me refiero, y quienes no, basta con decir que, Apolo, el dios de la música y su hermano Dioniso, dios del teatro, tienen en común la fuerza de la escena.
Como teatrera conozco el ritual del teatro como una experiencia corpórea y humana para los operadores escénicos, pero en este concierto esa función era asumida por los espectadores. De repente todos nos convertimos en una especie de tribu que brincaba, aplaudía y sudaba más que observar a los artistas mientras configuraba una especie de escenario alterno en el que los hombres hacían slam, para mí el ritual del ska.
Como completa neófita de los conciertos nunca había presenciado el cariño y respeto con el que entre desconocidos danzan, golpean y protegen a sus integrantes. Si bien ya me lo esperaba, vivirlo de cerca me generó cierta excitación ante los cuerpos semidesnudos en éxtasis tan próximos haciendo gala de su fuerza, resistencia y masculinidad. Sobre todo la masculinidad.
De una forma extraña en este ritual, que dura los tres o cinco minutos de la canción, los hombre se permiten tocar los cuerpos de otros hombres semi descubiertos, y al final se abrazan con un cariño muy peculiar agradeciendo la experiencia compartida. Entonces mi cerebro explotó, esta es una gran prueba de civilidad y -¿nuevas masculinidades?- no lo sé, supongo que es un rito anterior a este término, en que la homofobia no es percibida a pesar de que los espectadores en su mayoría son mexicanos heterosexuales.
Tras mi sorpresa, en muchas canciones descubrí que las letras que desconocía y anteriormente podría prejuzgar como poco interesantes, porque si de música se trata soy más bohemia aburrida dramática, contenían un mensaje nada sexista y muy romántico.
Sentí que todo se escapaba de mis manos cuando me encontré gritando a todo pulmón "¿Y qué? ¿Y qué? ¿Y qué y qué?", me despojé de mi chamarra y bajé la mitad de mi jumper dejando mi espalda descubierta y dispuesta a formar parte de ese bonito ritual.
De pronto se armó el slam femenino y sin dudar, aunque temerosa, me uní. Inicié casi tímida en los alrededores pero poco a poco me fui mimetizando con las integrantes dejándome llevar por el ritmo, la respiración y la proximidad de mis compañeras. Justo en el epicentro del acto descubrí que los hombres generaron una especie de muralla de protección para cuidarnos y dejarnos disfrutar de nuestros movimientos y la música.
Entonces, me sentí en el lugar más seguro de la ciudad rodeada de desconocidos que sabía nos mantendrían a salvo en nuestro delirio.
Y yo, esta nerd, aburrida bohemia, no me lo esperaba pero me divertí como nunca sola en un concierto de ska.
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