o cómo olvidar la nostalgia - Reseña
Por: Ángel Armando Castellanos 'Araña'
Reinventarse, evolucionar, mostrar la faceta menos conocida de lo que se acaba de presentar. Al carajo. Si tienes al Auditorio Blackberry hasta la madre y te llamas Siddharta, puedes hacerlo. ¿Cuál es el problema?
Días antes del show, Siddharta declaró a favor de la nostalgia. De SU nostalgia. Del placer de escribir canciones de esa manera y de su eterna permanencia en esa condición. Y al final, hubo poco y nada de esa emoción durante el show.
No es que provocara un slam entre lágrimas de trajeados o que modificara sus arreglos para hacerlos punks y enloqueciera a todo el mundo. El show fue un poco más allá. Entendió que iba de eso, de dar espectáculo. Y, la nostalgia, salvo que se trate de alguna especie rara de sadomasoquismo, no puede ser un espectáculo.
Para Siddharta la cosa fue sencilla: atreverse a más. Pedir a sus músicos que dejaran de ser comparsa y expresaran con algo más que sus manos. Si hubiesen vendido el show como "los inserte el nombre de una banda" a nadie le hubiera extrañado. Así se comportaron, como un grupo.
Él se movió, bailó como si de eso dependiera su vida. Entró en comunión con todo lo que lo rodeaba. Más que a la nostalgia, le cantó a la alegría, a la pasión y a su propia música. Los coros extasiados del público no fueron ninguna casualidad.
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