Geoff Berner The Wedding Dance of the Widow Bride Jericho Beach Music 0701
Geoff Berner
The Wedding Dance of the Widow Bride
Jericho Beach Music 0701
www.geoffberner.com
Por: Hugo Roca Joglar
freaky@rocksonico.com
En el 2005 Geoff Berner escribió el primer capítulo de una obra artística cuyo objetivo es: arrastrar el klezmer hasta las tascas, que ahí permanezca y haga eclosionar pendencias y boruca entre cufifos. Esa primera entrega se tituló Whiskey Rabbi: los beodos se pelearon y el bullicio, conformado por patadas, gritos, exclamaciones triunfales y contritas, se expandió por tabernas, manflotas y tugurios. En beata correspondencia con la premisa que indica carestía de evo en los apotegmas, este acordeonista oriundo de Vancouver escribió un segundo capítulo con la intención de continuar e inyectar de nueva pulsión a su misión.
A poco más de un mes de haberse lanzado, The Wedding Dance of the Widow Bride ya arroja resultados: las catervas de avilantez han aquilatado con fruición auditiva esta segunda parte y en su asnuno proceder está el resultado. Sin conocimientos de cinésica, al entrar a un bar en el que suene el álbum del que hablo, es posible dilucidar, a partir de los visajes en rostros de alcohol tumefactos, la temporal anodinia que lleva a la brega, al denuesto y al proceder malhadado. Todos ellos pelean, se insultan, patalean, plañen, retoman la amatividad que poco después convierten en agresividad. Aviesas miradas de torvas pupilas, la música crea ambiente de riñas, entre personalidades agriaces acostumbradas a utilizar navajas en vez de palabras; con la única diferencia que es ahora el kelzmer quien los provoca. El capitulo dos contiene más maculas, gana profundidad, desarrolla lo bonítalo y se convierte en trasgresor redomado.
Ya hemos hablado sobre la aportación del álbum al objetivo general de Geoff Berner, ahora centrémonos en la temática particular de The Wedding Dance of the Widow Bride. Todas las canciones, exceptuando el cóver a Queen Victoria de Leonard Cohen, son originales, inspiradas en los ritos judíos cuyo fin es el connubio. La jarana alegre, de baile y fraternalismo, de carrillos encendidos por el alcohol y sonrisas permanentes que luego se convierte para unos en desdicha y para otros en plena, aunque inmediata, felicidad. Me parece que la concepción del álbum va enfocada en el cataclismo de las bodas, cuando los asistentes comienzan a trastornarse y los contratiempos y disgustos que cubren a un sector alimenta la celebración de la sección contraria. Normalmente este fenómeno ocurre cuando el amanecer perece y suele confrontar a la parte frondía con el complemento frenético.
Todas las canciones están ligadas y describen las diferentes posturas adoptadas por los protagonistas de una boda cuando el clímax ha llegado. ¿Hasta qué punto nuestra alegría se basa en el infortunio de los otros?, con buen lirismo y la áspera voz de Berner, el díscolo violín de Diona Davies y la percusión aquieta de Wayne Adams, la pregunta es respondida.
Es el momento de bailar, las parejas se forman y el ritmo guía los pies; las piezas avanzan y las parejas cambian; la novia cae en brazos del que siempre la amó, quien, con casi un litro de tequila cumpliendo su función como depresor del sistema nervioso, le suelta a bocajarro: “tu esposo es un marxista que piensa que el matrimonio es un estado de prostitución, así que vas a tener que cogértelo sólo para que se calle y te deje dormir”.
En la mesa de los intachables, delectos y diligentes hombres cuyos principios les impiden degradarse al grado de bailar, la discusión es harta interesante, hay uno, el que posee en su timbre mayor resonancia, que intenta dehortar a sus amigos, “recientemente me han dicho que el nuevo papá morirá pronto, en cuestión de la sucesión, África a mi ver tiene promisión, tendrá que esperar en la línea de batalla”.
De imágenes como las anteriores está repleto el segundo disco de este regio acordeonista que a partir de la recreación de un solemne convite denuncia y critica formalismos sociales a la vez que confronta atavismos mundiales.