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Sidecars son unos héroes del rock español, porque se han encargado de mantenerlo vivo. Disco a disco y concierto tras concierto, Juancho (voz y guitarras), Gerbass (bajo) y Ruli (batería) han demostrado que el lenguaje de la calle sigue siendo relevante y las guitarras un medio de expresión que no pasará de moda. Herederos de nombres clásicos como Burning y Los Rodríguez, Sidecars han conseguido hacerse un nombre de forma gradual pero segura. Hace ya doce años de un homónimo debut al que siguió Cremalleras (2010). A partir de entonces, todo serían aciertos y gracias a discos como Fuego cruzado (2014), el directo Contra las cuerdas (2016) y Cuestión de gravedad (2018) la banda se puso en boca de todos, mezclando a diversas generaciones en unos shows que cada vez iban sumando más adeptos.
Hoy Sidecars son un grupo que mantiene la chispa de la juventud pero con una experiencia que le da cada vez más peso. Son listos, intuitivos y saben que el rock and roll puede crecer. Ahora presentan Ruido de fondo (2020), un sexto trabajo con puñetazos y caricias, lleno de canciones que pegan duro al corazón producidas por Nigel Walker, su hombre de confianza.
Si algo puede resumir un disco tan emocional como este, es que se trata de una obra muy humana y valiente, que baja la guardia y nos muestra los mejores y los peores momentos, los sentimientos más eufóricos y también los menos agradables. Sidecars presentan una batalla entre la esperanza y el miedo, con las ganas de vivir como combustible pero siempre mirando de reojo. Estamos ante su trabajo más maduro. ¿Por qué no decirlo? Es el que les tocaba hacer.
El disco empieza con “Mundo imperfecto”, un canto a la esperanza de guitarras crujientes, bien templadas por unos teclados sensibles. “Garabatos”, un pop británico a medio tiempo sigue la línea ascendente con energía positiva para llevarnos al sorprendente violín que inicia “Galaxia”, una canción sobre el miedo y el instinto de supervivencia con un versos que calan rápido («Júrame que no hay ciencia cierta / Solo ciencia ficción»). Llama poderosamente la atención como la temática de cada canción le da la vez a la siguiente, tanto a nivel musical como literario. La dulce “Detrás de los focos” explica de cerca cómo es vivir dentro del business de la música y la necesidad de perspectiva. Esa suavidad se mantiene en los primeros compases de “La noche en calma” pero la temática cambia radicalmente desde el comienzo: Ahora estamos al otro lado, disfrutando del cuidar a otra persona. Esa variación del punto de vista muestra hasta qué punto Sidecars han crecido, siendo capaces de capturar el mundo que les rodea desde ópticas distintas, con empatía y calor. La aceptación de la vulnerabilidad resulta enriquecedora. Por eso “Golpe de suerte” es tan llamativa, atreviéndose a tocar el bloqueo, la crisis del escritor, para paradójicamente dar forma a una muy buena canción. Da gusto escuchar como entra esa cálida batería y lo bien que funcionan unas guitarras eléctricas sencillas. Y con “Looping Star” nos vamos a una cadencia stoniana que culmina en un estribillo deslumbrante. En ella hablan de algo tan interesante como el precio a pagar por ser sincero y aprovechan para abordar de nuevo el negocio del rock, temática que también tocan en “Quién sabe”, la gran balada del disco, una preciosidad a dúo con Angie Sánchez en la que se respira la tensión que supone exponerte a miles de personas sobre el escenario. “Ruido de fondo” vuelve a subir las revoluciones, con unas guitarras eléctricas fronterizas y un tono sombrío sobrecogedor, una búsqueda de salidas y soluciones. Y seguimos recuperando altitud con “Noches de guardia”, rock optimista que regala otro de esos versos mortales que inundan el disco: «Mejor morirte de gusto / Que envejecer con las ganas». El final ya está cerca y lo trae “Voyeur”, que sigue manteniendo la electricidad, con guitarras firmes, solos excitantes y pianos que se apuntan a la traca final.
Lo mejor de Ruido de fondo es que una vez concluye apetece repetir otra vez. Entran ganas de volverse a subir a este tobogán emocional y disfrutar cada una de las canciones desde el principio hasta el final, encontrando nuevos detalles, quedándonos colgados de un verso nuevo, aferrándonos a lo maravilloso de un disco que, en realidad, lo que celebra es sentirse vivo.
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